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Nota de tapa

La larga sombra de Pablo Escobar

Partió en dos la historia de Colombia. Hasta hoy, los humildes lo veneran y los poderosos lo demonizan. Surgió de la pobreza y construyó el imperio ilegal más grande del mundo. Cambió las reglas del narcotráfico, pero se enredó en una guerra contra el Estado y lo pagó con su vida. Dos décadas después, su historia es casi un subgénero literario: a las miles de leyendas que se escuchan en los barrios marginales se le suman decenas de libros biográficos, figuritas infantiles, películas documentales y una serie televisiva con suceso en toda América Latina. Mientras tanto, el negocio del narcotráfico sigue presente en las calles y la larga sombra de Pablo Escobar se asoma en todas las esquinas.

1. Cuando sus pies descalzos pisan el techo de tejas, Pablo Escobar sabe que está perdido. A unos pasos de distancia, cerca de la ventana, Limón dispara contra el tumulto de soldados que irrumpe en la habitación. No hay escape posible. Desde hace semanas está acorralado y completamente solo, recluido en una modesta casa de dos pisos en el barrio Los Olivos. Apenas lo visitan su madre y una empleada doméstica. Y Limón cuida sus espaldas. Ya se agotó el margen para cualquier negociación, y tampoco queda tiempo para desarrollar su último y desesperado proyecto: sumarse a la lucha armada en la selva a través de un grupo insurgente, "Antioquia rebelde".

Está perseguido por la alianza más poderosa jamás formada para terminar con la vida de un delincuente. Una alianza integrada por el gobierno colombiano, que presionó para que la familia del Patrón no recibiera asilo en rincón alguno del planeta, y así mantener a su esposa y a sus hijos como rehenes en un cuartel militar. Por el grupo paramilitar Los Pepes ("Perseguidos por Pablo Escobar"), formado por los desplazados del cartel de Medellín, por sus enemigos de Cali y por todos aquellos con alguna cuenta pendiente con el Patrón ("del Presidente para abajo, todos éramos Pepes", admitió uno de sus fundadores, Carlos Castaño); que ejecutaron a por lo menos 300 de sus hombres de confianza y hostigaron a su familia con la complacencia del Estado y el dinero de la familia Rodríguez Orejuela. Y por la CIA, que dirigía la persecución "legal" a partir del llamado "Bloque de Búsqueda" -un cuerpo de élite militar cuya única misión era matar a Escobar-, pero que también monitoreaba el accionar ilegal de Los Pepes. A todos los une un mismo deseo: quieren al Patrón muerto, y no preso.

Escobar tiene muy claro que la guerra no es contra el narcotráfico. La guerra es contra él. "Para acabarnos tendrán que tirar una bomba atómica sobre Medellín y con el peligro de que podamos salir de las cenizas", escribió en una de sus últimas cartas. Pero no puede engañarse: su imperio se desmorona. Sus hombres se debaten entre resistir con las armas en la mano hasta el final o entregarse y negociar a partir de la delación. Después de casi quinientos días de persecución, desesperado por la suerte de su familia, Escobar intenta comunicarse por teléfono y comete errores de principiante, siendo el hombre más buscado de Colombia. Antes de que interrumpiera la última de sus llamadas, escucha ruidos sospechosos afuera. Salta por la ventana, descalzo y armado, camina sobre el tejado. Entonces, es el final.

Antes, llegó a ofrecer pagar la deuda externa colombiana a cambio de que cesara la persecución en su contra. Fue capaz de quemar miles de dólares en una fogata para que uno de sus hijos no pasara frío en el refugio donde se ocultaban de las fuerzas de seguridad. En su larga carrera delictiva se le han atribuido al menos 4 mil asesinatos, entre los que sobresalen los de candidatos presidenciales, periodistas, magistrados y hasta un ministro de Justicia. Ante los amigos, exhibía con orgullo una foto en la que posaba en Washington, con la Casa Blanca de fondo. Mandó a edificar un zoológico en su famosa hacienda Nápoles con 2 mil ejemplares de más de cien especies exóticas importadas de todo el mundo, repartidas en las 3 mil hectáreas a orillas del río Magdalena, donde también construyó lagos artificiales, una plaza de toros y plantó árboles exóticos a la vera de todos los caminos internos. La revista Forbes lo posicionó en el séptimo puesto en el ranking de los hombres más ricos del mundo en 1980, con una fortuna valuada en 25 mil millones de dólares. En la famosa libreta de apuntes que se incautó después de su muerte, se podía leer la siguiente frase: "Tengo tanto poder y dinero que pronto seré el presidente de Colombia".

Quizá no fue el primer colombiano en descubrir que la cocaína era el producto del futuro, pero sí fue el pionero en desarrollar originales estrategias de distribución y el más inteligente a la hora de aprovechar los resquicios legales para imponerse en el mercado del tráfico (o del "traqueteo", según la jerga antioqueña) como el dueño absoluto. Su figura dejó una cicatriz lacerante en la epidermis de un país siempre afecto a adorar mitos y santos.

Para muchos estudiosos de los capos de la droga y su psicología tan singular, en cada uno de ellos es posible distinguir ciertas particularidades regionales. de canchas de fútbol en zonas marginales y creó escuelas deportivas para los niños de bajos recursos, además de sembrar masivamente árboles en las barriadas y hasta liberar ardillas y conejos en las zonas despobladas de las lomas de Envigado.

(La nota completa en Sudestada N° 126 - marzo 2014)

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Autor

Hugo Montero