Detrás de aquel cronista inolvidable, resuelto a recorrer los rincones más ocultos de la geografía argentina, había un fotógrafo que buscaba retratar realidades conmovedoras. De "La isla de los resucitados" a "Magos de agua dulce", el trabajo de Rodolfo Walsh y del fotógrafo Pablo Alonso en los sesenta representó una mirada novedosa dentro de la crónica periodística.
Por fin encontré un fotógrafo que me entienda", dijo el periodista Rodolfo Walsh. La frase aludía a Pablo Alonso. Enfrente, mesa de por medio, estaba Lili Mazzaferro, amiga de ambos, y a la sazón asesora de arte de la revista argentina Adán. Desde ese bar, al otro lado de la calle Paraguay, se podía ver el edificio de la editorial Abril. Antes de escribir para esa editorial, Walsh ya había publicado sus libros de cuentos: Variaciones en rojo (Premio Municipal de Literatura) y Los oficios terrestres, más un par de obras de teatro (La granada y La batalla), y Operación Masacre.
Entre los años 1966 y 1970, trabajando para Abril, Pablo Alonso y Rodolfo Walsh narraron, juntos, gran parte de los mejores reportajes de la época. Sin embargo, cuando se resalta el trabajo del fotógrafo, que murió en 1988, su nombre es eclipsado por el del periodista.
Pablo Alonso les puso imágenes a esos relatos calificados como verdaderas "excursiones antropológicas" por la profundidad de mirada y por el tiempo dedicado a cada uno de ellos. "Mi intención consciente y deliberada fue trabajar esas notas con el mismo cuidado y la misma preocupación con que se podía trabajar un cuento, o el capítulo de una novela, es decir, dedicarle a una sola nota el trabajo de un mes", confesaría más tarde Walsh.
Con el mismo cuidado, la misma pasión e igual respeto por los entrevistados trabajaba Alonso. Gran parte de ese material fue publicado por la revista Panorama, pero también galardonaron las páginas de Georama, Adán y Siete Días. Los reportajes de Walsh se yerguen en la topografía informativa del mensuario. En ellos resaltan tres aspectos: los temas abordados, la calidad de escritura y la excelencia de la cobertura fotográfica.
En abril de 1966 apareció la primera crónica, "Carnaval Caté", una mirada incisiva a la clásica celebración correntina, durante la gran inundación que azotó la región en esa época. En junio publicaron, quizá, la nota más recordada: "La isla de los resucitados". El sumario suscribe: "Dos enviados de Panorama –Rodolfo Walsh y Pablo Alonso– pasaron una semana con los leprosos de la isla del Cerrito, en la selva chaqueña (...). No era el paraíso, pero tampoco era la isla del Diablo". La siguiente fue "San la Muerte" (noviembre de 1966): viajaron entonces a la provincia de Corrientes y a Paraguay en busca de las historias que rodean a este santo pagano. En ese mismo mes, la revista Adán, que llevaba cinco números en la calle, editó "Viaje al fondo de los fantasmas", una excursión a los esteros del Iberá, Corrientes. Le siguió "La Argentina ya no toma mate", un relato sobre la crisis yerbatera. En 1967, los lectores se encontraron con "Kimonos en la tierra roja" (los inmigrantes orientales y sus oficios en tierra misionera); y en agosto con "El país de Quiroga". A treinta años de la muerte del escritor uruguayo, fueron en busca de los personajes que inspiraron sus historias y verificaron lo poco que quedaba de él en la memoria del pueblo de San Ignacio, Misiones. Después vino "Magos de agua dulce" (remolcadores en el puerto de Buenos Aires), y con esta finalizaron 1967. Recién en 1969 vuelven a publicarse dos reportajes que mantienen el mismo estilo temático y retórico que los anteriores: "Las ciudades fantasmas" y "Claroscuro del Delta". Ambos aparecieron en la revista Georama. El primero es una minuciosa investigación sobre la devastación de los quebrachales –para la producción de tanino– que produjo en el norte santafesino la empresa inglesa La Forestal. El otro habla del refugio que tantas veces cobijó a Walsh: el Delta del Tigre. Por último, en 1970, aparece "La luz nuestra de cada noche", un artículo sobre la provisión de energía eléctrica. Después, Walsh publicó algunas esporádicas colaboraciones hasta que su contrato caducó, en febrero de 1972, y Pablo Alonso partió al exterior; pero esa es otra historia.
"En los sesenta Pablo era un jovencito introvertido, pero seguro de su principal objetivo, triunfar en su profesión, y poco dispuesto a dar el brazo a torcer: todavía tímido por su corta edad (23), pero ya empecinado. Después fue ganando en seguridad y se volvió aún más necio, en el buen sentido de la palabra: me caía bien". Contó, desde México, Luis Ernesto González O' Donnell, quien dirigió y convenció a César Civita –fundador de Abril en la Argentina– de lanzar la revista Adán. Luego agregó que los reportajes de Alonso que más lo cautivaron trataban "sobre esos ambiguos y sobrecogedores lugares de provincia que la mayoría de los porteños ven sin entender y que Pablo solía retratar en profundidad, no sólo por fuera. A veces lograba poemas fotográficos, especialmente en blanco y negro".
Por esa capacidad, tal vez, Francisco Vera, editor fotográfico de Abril, eligió a Pablo Alonso. Sería la compañía ideal para perpetuar en imágenes esos "territorios" sobre los que el periodista había decidido escribir.
Los sesenta habían tomado cuerpo, y en el campo del periodismo buscaban su lugar. El "nuevo periodismo" de Walsh se haría casi una rutina en esta editorial, con él detrás de su vieja Underwood negra, y con un español de carácter como Vera calzando una Leica. Para mediados de 1965 a ese hombre, reportero gráfico de Time-Life en la Argentina, le hicieron una propuesta: reunir un cuerpo de profesionales para formar el departamento fotográfico de editorial Abril.
Francisco Paco Vera aceptó el convite. Integró a Pablo Alonso, Osvaldo Dubini y Bernardo Acuña, que ya colaboraban con la editorial, y se agregaron Oscar Burriel y Eduardo Frías del "Foto Club" Buenos Aires. Después se acoplaron otros. Así comenzaba la expansión de la editorial y así nacía en el país el primer departamento moderno de fotografía...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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