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Editorial

La patria de la esquizofrenia

Como en un cuento desprolijo, los personajes van y vienen, mutan, se contradicen. Así, mientras por un lado la historia avanza con la relectura del pasado reciente, juzgando y condenando a los asesinos de la última Dictadura en procesos de ejemplar proyección, por otro lado se confirman las denuncias sobre tareas de espionaje desarrolladas por Gendarmería; es decir, por el Estado. ¿Espionaje a quién? ¿A golpistas nostálgicos, a sojeros desestabilizadores?
No, el Estado espía a militantes de izquierda, a referentes de los derechos humanos, a delegados obreros. En el país de la esquizofrenia, los genocidas se sientan en el banquillo de los acusados y lucen en sus solapas una escarapela con los colores del Vaticano. Y sonríen a cámara. Es evidente: ellos saben algo que nosotros no. La oposición festeja el arribo de uno de ellos a la cúspide de una institución corroída por la corrupción y las denuncias más aberrantes. Pero, a la vez, alfiles del oficialismo salen por televisión a defender lo indefendible, a mostrarse mansos súbditos de la ideología más reaccionaria del planeta. No sólo eso: pretenden comparar a ese tipo con otros que, en el pasado americano, se jugaron la vida por defender a los pobres y aplicaron en serio las ideas de aquel hijo de un carpintero de Nazareth, que destrozó la morada de los mercaderes y que abrazó a los humildes y desamparados.

Historiadora y directora de la Biblioteca Popular Bella Vista, en Córdoba, Susana Fiorito nos envió una carta titulada "Acerca de Bergoglio", que aquí reproducimos. No encontramos una síntesis mejor.

"Creo que tienen razones quienes nos refutan: Bergoglio no fue un traidor que denunció a sus hermanos. No tuvo ‘contactos' o ‘relaciones' o ‘simpatía' por la Dictadura. Fue un convencido de que parte de la juventud argentina había sido cooptada por el demonio y que ponía en peligro la elección ideológica de un pueblo cristiano, y la estructura social (capitalista), que es la elección justa de nuestros mayores. Incluso, que esa juventud terminaría por atentar contra la Iglesia católica (porque no se doblegaba) y por negar sus dogmas.
Entonces, Bergoglio no traicionó a Orlando Yorio y Francisco Jalics ni a las monjas de La Matanza: él asumió la cruz de ayudar a limpiar la infección que carcomía a la patria. No olvidemos que él fue propulsor de la catequesis en las villas. Buscaba la evangelización (o sea la aceptación, por parte de los pobres, de su condición y del sistema político que los condenaba). Cuando resultó que la reflexión y la potenciación de la mirada política -resultado de pensar colectivamente y basarse en la prédica del Cristo revolucionario- empezaron a movilizar a pequeños grupos, Bergoglio adhirió a la mirada del Poder. No traicionó a Yorio y a Jalics: dejó a la intemperie, fuera de la Iglesia, a quienes renegaban del sistema que la Iglesia sostiene.
De alguna manera, se ha elegido al Papa más coherente posible. No estuvo ligado o relacionado con la Dictadura. Él fue la cabeza de la Iglesia, y la Iglesia es los cimientos simbólicos del capitalismo moderno, que necesitó de la Dictadura para sostenerse. Bergoglio no fue cómplice, fue inspirador, mentor, ideólogo. Y, en el caso de los curas villeros, Bergoglio fue el cirujano que usó cirugía cuando la vacuna que él mismo inoculó (los religiosos en las villas para encauzar la rebeldía y usar la religión como andamio del sistema) surtió un efecto contradictorio (la llamada ‘concientización' de los pobres) y recurrió a los cirujanos (las patotas sostenidas espiritualmente por los capellanes)".

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