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Adelanto

Desmonumentar a Roca

Su figura de bronce todavía impone respeto en decenas de plazas municipales; desde su pedestal de impunidad y negociados parece garantizar la continuidad de un sistema que sigue empujando hacia los márgenes a los pueblos originarios, que reparte las riquezas entre unos pocos, que multiplica la injusticia y condiciona la dignidad de quienes resistieron. El nuevo libro de Marcelo Valko da cuenta de un combate histórico, pero también actual, para transformar la memoria y bajar del mármol al genocida general Roca

A quienes desde hace años nos encontramos junto a Osvaldo Bayer denunciando el cruel genocidio perpetrado por las figuras más encumbradas por la tan mentada generación del 80, que el general Julio Roca comience a desdibujarse de calles, plazas, monumentos e incluso del billete de 100 pesos no puede menos que alegrarnos. Desde 2008, por ejemplo, acompañamos la propuesta de la entonces diputada nacional Cecilia Merchán para reemplazar del billete de 100 pesos la figura de Roca por una mujer, precisamente por Juana Azurduy, una mujer indígena, altoperuana y que practicó una guerra de guerrillas contra los realistas. Un proyecto que pretende visibilizar aquello que los mitos de los sectores del poder buscaron ocultar. Cuando el año pasado expusimos el prontuario de Roca en la Cámara de Diputados, varios legisladores me comentaron que iba a producirse un cambio en la imagen del billete, pero nos adelantaron que no sería Azurduy sino Evita.

Más allá de la utilización de una figura partidaria, nos reconforta haber participado en los inicios de este debate que finalmente condujo a una mujer -instalada tan profundamente en el imaginario popular- a reemplazar a quien carece de mérito alguno para estar encumbrado en sitios de honor. Quizás más adelante Azurduy -a quien Belgrano, que combatió por una Patria con raíces americanas, nombró coronela, y por quien el mismo Simón Bolivar pidió que "le concedan el honor de conocerla"- acabe por reemplazar a Sarmiento o a Bartolo en otra denominación. Por ahora, lo verdaderamente estructural es que aquello que Roca representó para quienes aspiran un país acorde a sus minúsculos intereses enquistados en el puerto de Buenos Aires, dándole la espalda al resto de Argentina y a nuestra pertenencia Latinoamericana, esa construcción de la Historia Oficial, comienza a resquebrajarse.

Y como son tantos los compatriotas educados mediante slogans y láminas escolares de Anteojito que se sorprenden e incluso se disgustan ante los ataques a un "prócer que acabó con el problema indio", es necesario explicitar el peligroso significado de la estatuaria oficial como dialéctica disciplinadora. Nada más peligroso que una estatua en su aparente inmovilidad, en su mandato de quietismo, de statu quo, de que aquello pergeñado por el Poder se mantenga invariable. Y adelantamos que aquellos ciudadanos que defienden a Roca no son nuestros enemigos. ¿Cómo considerar enemigos a quienes aprendieron lo que les enseñaron? Otros son los culpables. La Historia Oficial invisibilizó el apocalipsis desatado por Roca y sus secuaces. Prácticamente casi nada es como nos contaron de chicos, y lo venimos demostrando con nuestros textos y documentales. Creo que vale la pena mencionar, aunque sea muy brevemente, algunos puntos. Me voy a ceñir a un historiador como Alfredo Terzaga que escribió el laudatorio Roca, de soldado federal a Presidente de la República, reeditado en 1976. Terzaga, pese a realizar una cerrada defensa de la campaña de Roca, no tiene manera de ocultar que el principal y único inconveniente de la Conquista del Desierto es la marcha en sí misma.

(La nota completa en la edición abril 2013 - Sudestada nº 117)

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Autor

Marcelo Valko