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El diccionario de Haroldo Conti

Conti de la A a la Z

"Agosto es un extraño entre dos luces y dos tiempos", escribió. Y él mismo, hoy, es un extraño entre dos épocas. La extrema sutileza de su obra, la forma en que se intrincan lo cotidiano, lo histórico y lo trascendente son únicas en la literatura argentina. Tampoco se presta, esa obra, al tipo de lecturas sesgadas que tiende a reivindicar a algunos escritores como desaparecidos -categoría que les impusieron los perpetradores del genocidio- antes que como escritores.

Fue seminarista, aviador civil, guionista de films publicitarios y largometrajes de ficción, vendedor callejero de libros, militante, vagabundo, picaflor, profesor en escuelas secundarias, náufrago. De cada uno de esos oficios terrestres, aéreos y acuáticos, algo le quedó en las ganas, en la mirada, en las manos, y dejó huellas profundas en su escritura. Pero por sobre todo, Haroldo Conti fue narrador. Su práctica condensó una serie de influencias operantes en los años cincuenta, sesenta y setenta: la narrativa norteamericana de la generación de Hemingway, Steinbeck, Caldwell, Faulkner; el cine del neorrealismo italiano y escritores como Cesare Pavese y Elio Vittorini, vinculados a la resistencia contra el fascismo; los jóvenes iracundos ingleses; el existencialismo y su impronta de compromiso político; el nouveau roman; el nuevo periodismo; la enseñanza del cubano Miguel Barnet, que demostró con Cimarrón cómo el montaje de un testimonio y la construcción de una historia de vida pueden ser muy buena literatura; la narrativa del brasileño Joao Guimaraes Rosa y el uruguayo Juan José Morosoli, así como la de otros argentinos forasteros: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano; el Guevarismo, que cambió definitivamente el rumbo de sus trabajos y sus días.

Aun siendo un hombre paradigmático de su tiempo, Conti trascendió las marcas, los mandatos y los equívocos de esa época de la cual participó apasionadamente. Aunque a veces dudara, tanteara, emborronara y rompiera papel tras papel. Amores, política, periodismo y literatura se entrelazan de manera irrescindible en la vida y la obra de Conti. Los andariegos, los sin hogar, los que viven a cuenta de lo improbable, los que tienen sed de ternura y de justicia, los que padecen nostalgia de infinito, los que parecen desasidos y como a la orilla de todo, los que no se resignan a las derrotas que la sociedad les destina, son personajes privilegiados por sus ficciones.

Haroldo Conti anduvo en vida y obra por los Bajos del Temor, en el Río de La Plata, donde transcurre la novela Sudeste (1962), que nació como un intento de guión de cine; por el Delta, donde transcurre "Todos los veranos" (1964); por las orillas olvidadas de Buenos Aires, zona de Alrededor de la jaula (1967); por Isla Paulino, en las cercanías de Berisso, a la cual le dedicó un texto memorable aparecido en la revista Crisis: "Tristezas del vino de la costa" (1976). Pero quizás nada le gustara tanto como subirse al auto y rumbear para Chacabuco, donde había nacido el 25 de mayo de 1925. Ese territorio, que es también una zona del alma de Conti, es el de los cuentos correspondientes a la primera parte de La balada del álamo Carolina (1975). Nadie puso en palabras como Conti en esos textos a la pampa gringa, no la de los terratenientes que acapararon las tierras despojadas a los aborígenes tras la llamada Campaña al Desierto, sino la de los inmigrantes pobres. Nadie como él supo hacer vivir en su escritura al río, a las islas, a las marejadas, a los vientos y a los hombres de ese río que parece mar; nadie como él contó ese otro mar, la llanura, con sus habitantes varados en la lejanía.

Resulta una tentación simplista encuadrar el devenir político de Haroldo Conti entre dos hitos: el envío de una novela al certamen convocado por la revista Life y el orgulloso rechazo, políticamente fundamentado, a una beca ofrecida por la fundación Guggenheim. Sin embargo, lo político atraviesa toda la escritura de Conti y nunca es tan profundo como cuando parece ausente, cuando no es explícito.

Por su adhesión al Partido Revolucionario de los Trabajadores, con particular actividad en el Frente Cultural del partido -donde fueron sus compañeros el narrador Humberto Costantini, los poetas Roberto Santoro y Miguel Ángel Bustos y el cineasta Raimundo Gleyzer-, por su adscripción pública al Frente Anti imperialista por el Socialismo; por su trabajo en la revista Crisis y su presencia en diversos congresos de escritores en los que denunció la violencia estatal y paraestatal destinada a mantener privilegios de clase, Conti fue secuestrado de su casa por un grupo de tareas del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Fue el 5 de mayo de 1976.

Inmediatamente, su familia y sus amigos iniciaron una valiente y obstinada búsqueda. Preguntaron a cuanto funcionario militar pudieron acceder. Preguntaron a dignatarios de la iglesia católica. Preguntaron a dirigentes políticos. Presentaron hábeas corpus. El silencio fue la respuesta unánime. El silencio de los culpables, de los cómplices, de los prudentes, de los cobardes, de los tibios.

Conti es uno de los 30.000 desaparecidos a manos de la dictadura que partió en dos la historia argentina reciente. Aquellas búsquedas iniciadas por sus seres más cercanos, por los más queridos, devinieron parte de una búsqueda colectiva que, tratando de reconocer sus huellas en cada lugar que frecuentó, y en cada una de sus páginas, se pregunta de dónde venimos, quiénes somos y adónde queremos ir.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 114 - noviembre 2012)

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Autor

Juan Bautista Duizeide